Comentario
CAPITULO V
Que trata de las grandes crueldades que hicieron los cholultecas,
y de la destrucción de Cholula
Habiendo pues acabado Cortés un negocio tan heroico y arduo de haberse convertido por su orden y mano los cuatro caciques y cabeceras de Tlaxcalla, desde allí en adelante se comenzaron a tratar los negocios tocantes a la conquista, cómo y de qué manera se podía entrar y tomar a México y ganar las demás ciudades y provincias para que, ansimismo, viniesen en conocimiento de Dios y de la verdadera lumbre de nuestra Santa Fe, y que fuesen bautizados y se diesen de paz sin derramamiento de sangre, muertes de hombres, y que cuando esto no quisiesen venir ni hacello por bien, ni serles amigos, castigallos muy de veras, vengarse de ellos y de sus injurias como se lo tenían prometido. De manera que desde allí en adelante no se trataba de otra cosa que de hacer gente contra los culhuas mexicanos, lo cual dentro de muy breve tiempo se hizo por no dar lugar a que estos se confederasen con los tlaxcaltecas. Y por evitar malos pensamientos y otras nuevas ocasiones y propósitos, procuró Cortés de no dejar de la mano a sus nuevos amigos y confederados, usando, como siempre, de sus astucias como astuto capitán [y] de la buena ocasión que presente tenía.
Hecha su gente, comenzaron a marchar y mover sus ejércitos españoles y tlaxcaltecas con mucho orden de su milicia, número y copia de gentes y bastimentos bastantes para tan grande empresa, con muy principales y famosos capitanes ejercitados en la guerra, según su uso y manera antigua. Fueron por capitanes Piltecuhtli, Acxoxecatl, Tecpanecatl, Cahuecahua, Cocomitecuhtli, Quauhtotohua, Textlipitl y otros muchos, que por ser tantos y tanta la variedad de sus nombres no se ponen, sino [sólo] los más señalados, que siempre tuvieron fidelidad con Cortés hasta el cabo de su conquista.
La primera entrada que se hizo fue por la parte de Cholula, donde gobernaban y reinaban dos señores, que se llamaban Tlaquiach y Tlalchiac, que siempre los que en este mando sucedían eran llamados deste nombre, que quiere decir "El mayor de lo alto" y "El mayor de lo bajo del suelo".
Entrados pues por la provincia de Cholula, en muy breve tiempo fue destruida por muy grandes ocasiones que para ello dieron y causaron los naturales de aquella ciudad. La cual [fue] destruida y muerta en esta entrada gran muchedumbre de cholultecas. Corrió la fama por toda la tierra hasta México, donde puso horrible espanto y más el ver y entender que los tlaxcaltecas se habían confederado con los dioses, que ansí generalmente eran llamados los nuestros en toda la tierra de este Nuevo Mundo, sin podelles dar otro nombre. Tenían tanta confianza los cholultecas en su ídolo Quetzalcohuatl que entendieron que no había poder humano que los pudiese conquistar ni ofender, antes [entendían] acabar a los nuestros en breve tiempo, lo uno porque eran pocos, y lo otro porque los tlaxcaltecas los habían traído allí por engaño a que ellos los acabaran, pues confiaban tanto en su ídolo que creían que con rayo y fuego del cielo los habían de consumir y acabar y anegar con aguas.
Decíanlo ansí, y lo publicaban a grandes voces diciendo. "Dejad llegar a estos advenedizos extranjeros, veamos qué poder es el suyo, porque nuestro dios Quetzalcohuatl está aquí con nosotros, que en un improviso los ha de acabar. Dejad [que] lleguen esos miserables, veámoslos agora, gocemos de sus devaneos y engaños que traen [pues] son locos de quienes se fían aquellos sométicos mujeriles, que no son más que mujeres, cardajas, de sus hombres barbudos, que se han rendido a ellos de miedo. Dejad [que] lleguen los alquilados, que bien les han pagado la vida a los miserables. Mirad a los ruines tlaxcaltecas, cobardes, merecedores de castigo: como se ven vencidos de los mexicanos, andan a buscar gentes advenedizas para su defensa. ¿Cómo os habéis trocado en tan breve tiempo, y os habéis sometido a gente tan bárbara y advenediza, extranjera y en el mundo no conocida? Decidnos de dónde los habéis traído alquilados para vuestra venganza. [¡Oh] miserables de vosotros que habéis perdido la fama inmortal que teníais de vuestros varones ascendientes de la muy clara sangre de los antiguos teochichimecas, pobladores de estas tierras inhabitables! ¿Qué ha de ser de vosotros gente perdida? Mas aguardad, que muy presto veréis el castigo que sobre vosotros hace nuestro dios Quetzalcohuatl".
Estas y otras cosas semejantes decían, porque tenían entendido que en efecto se habían de abrasar con rayos de fuego que del cielo habían de caer sobre ellos, y que de los mismos templos de sus ídolos habían de salir y manar ríos caudalosos de agua para los anegar, ansí a los de Tlaxcalla como a los nuestros, que no poco temor y espanto causaba a los amigos tlaxcaltecas creyendo que sucediese ansí como decían los cholultecas. Decían, especialmente los pregoneros del templo de Quetzalcohuatl, todo esto, que ansí lo publicaban.
Mas, visto por nuestros tlaxcaltecas que nuestros españoles apellidaban a Santiago, y comenzaban a quemar los españoles los templos de los ídolos y a derribarlos por los suelos, profanándolos con mayor determinación, y como no vían que hacían nada, ni caían rayos, ni salían ríos de agua, entendieron la burlería y cayeron en la cuenta de cómo era todo falsedad y mentira.
Tornaron ansí cobrando tanto ánimo que, como dejamos referido, obo en esta ciudad tan gran matanza y estrago que no se puede imaginar; de donde nuestros amigos quedaron muy enterados del valor de nuestros españoles. Y desde allí en adelante no estimaban acometer mayores cosas, todo guiado por orden divina, que era Nuestro Señor servido que esta tierra se ganase y rescatase y saliese del poder del demonio.
Antes que esta guerra se comenzara, fueron enviados mensajeros y embajadores de la ciudad de Tlaxcalla a los cholultecas, a rogarles y requerirlos por la paz, enviándoles a decir que no venían a buscar a ellos, sino a los de culhua, culhuacanenses mexicanos, que, como está dicho, este era el hombre y [el] apellido culhuaque [era] porque habían venido de las partes de Culhuacan de hacia la parte del Poniente, y mexicanos porque ansí se llamaba la ciudad de México, donde estaban poblados con supremo poder. Fueles enviado decir por los de Tlaxcalla y de parte de Cortés, que se viniesen y diesen de paz, y que no tuviesen temor que los dioses blancos y barbudos les hiciesen daño, porque era muy principal gente y muy noble, que querían su amistad, y ansí les rogaban como amigos los recibiesen de paz, pues hacíendolo ansí serían bien tratados de ellos y que no les harían ningún mal tratamiento, porque de otra manera, si los enojaban, era gente muy feroz, atrevida y valiente, que traían armas aventajadas y muy fuertes de hierro blanco, (decían esto a causa de que entre ellos no había hierro sino cobre) y que traían tiros de fuego y animales fieros, que los traían de traílla atados con condeleres de hierro, y calzaban y vestían hierro, y de cómo traían ballestas fortísimas, y leones y onzas muy bravas que se comían las gentes (lo cual decían por los perros lebreles y alanos muy bravos, que, en efecto, traían los nuestros, que fueron de mucho efecto), y que con estas cosas no se podían escapar ni tener reparo si los dioses se enojaban y no se entregaban de paz, lo cual les parecía a ellos muy bien por excusar mayores daños. Y que les aconsejaban como amigos lo hiciesen ansí.
Mas, sin hacer caso de estas cosas, no quisieron sino seguir su parecer de no darse, sino morir antes, y en lugar de este buen consejo y buena respuesta a los de Tlaxcalla, desollaron vivo la cara a Patlahuatzin, su embajador, persona de mucha estima y principal valor. Y lo mismo hicieron de sus manos, que se las desollaron hasta los codos, y cortadas las manos [por las] muñecas, que las llevaba colgando. Y le enviaron desta manera con gran crueldad, diciéndole ansí: "andad y volved y decid a los de Tlaxcalla y a estos otros andrajosos hombres, o dioses o que fuesen, que son esos que decís que vienen, que eso les damos por respuesta".
Y ansí, se vino el pobre embajador con harta lástima y dolor, el cual puso terrible espanto y pena en la República, siendo uno de los gentiles y hermosos hombres de esta Señoría, dispuesto y bien agestado. Y visto tan gran atrevimiento y vil tratamiento, de que murió Patlahuatzin en servicio de su patria y República, donde dejó eterna fama entre los suyos como lo refieren en sus enigmas y cantares, fueron indignados los tlaxcaltecas, pues recibieron por grande afrenta una cosa que jamás había pasado en el mundo [por]que los semejantes embajadores siempre eran tenidos en mucho y honrados de los reyes y señores extraños que con ellos comunicaban las paces, guerras y otros acontecimientos que entre las provincias y reinos suelen suceder.
Y ansí, con esta indignación dijeron a Cortés: "Señor muy valeroso, en venganza de tan gran desvergüenza, maldad y atrevimiento, queremos ir contigo a asolar y destruir aquella nación y su provincia, y que no quede con vida gente tan perniciosa, obstinada y endurecida en su maldad y tiranía, que aunque no fuera por otra cosa más de por ésta, merecen castigo eterno, pues que en lugar de darnos gracias por nuestro buen comedimiento, nos han querido menospreciar y tener en tan poco amor de ti".
El valeroso Cortés les respondió con rostro severo, diciéndoles: "que no tuviesen pena, que él les prometía la venganza dello", como, en efecto, lo hizo ansí. Por esto como por otras traiciones, se puso en ejecución dalles guerra muy cruel, donde murieron grande muchedumbre dellos como se verá por la crónica que de la conquista de esta tierra está hecha.
Decían los cholultecas que los habían de anegar en virtud de su ídolo Quetzalcohuatl, que era el ídolo mas frecuentado de todos los que se tenían en esta tierra, y ansí el templo de Cholula lo tenía por relicario de los dioses. Y decían que cuando se descostraba alguna costra de lo encalado en tiempo de su gentilidad [que] por allí manaba agua. Y porque no se anegasen mataban niños de dos o tres años, y de la sangre de éstos mezclada con la cal, hacían a manera de zulaque y tapaban con ella los manantiales y fuentes que ansí manaban. Y ateniéndose a esto, decían los cholultecas que cuando algún trabajo les sucediese en la guerra de los dioses blancos y tlaxcaltecas, descostrarían y depostillarían todo lo encalado, por donde manarían fuentes de agua con que los anegasen. Lo cual hicieron, pusieron por obra, cuando se vieron en tan grande aprieto como en el que se vieron. Lo cual, aunque lo hicieron, no les aprovechó cosa alguna de que quedaron muy burlados, y, como hombres desesperados, los más dellos que murieron en aquella guerra de Cholula se despeñaban ellos propios y se echaban a despeñar de cabeza arrojándose del cu de Quetzalcohuatl abajo, porque ansí lo tenían por costumbre muy antigua desde su origen y principio, por ser rebeldes y contumaces como gente indómita y dura de cerviz, y que tenían por blasón de morir muerte contraria de las otras naciones, y morir de cabeza. Finalmente, los más dellos en esta guerra morían desesperados, matándose ellos propios.
Acabada la guerra de Cholula, entendieron y conocieron los cholultecas que era de más virtud el Dios de los hombres blancos y sus hijos más poderosos. Los tlaxcaltecas, nuestros amigos viéndose en el mayor aprieto de la guerra y matanza llamaban y apellidaban al Apóstol Santiago, diciendo a grandes voces ¡Santiago!; y de allí les quedó que hoy en día hallándose en algún trabajo, los de Tlaxcalla llaman al Señor Santiago.
Usaron los de Tlaxcalla de un aviso muy bueno que les hizo Cortés para que fueran conocidos y no morir entre los enemigos por yerro, porque sus armas y divisas eran casi de una manera y había en ellas poca diferencia, que como era tan gran multitud de gentes la una y la otra, ansí fue menester, porque si esto no fuera, en tal aprieto se mataran unos a otros sin conocerse. Y ansi, se pusieron en las cabezas unas guirnaldas de esparto, a manera de torzales, y con esto eran conocidos los de nuestra parcialidad, que no fue pequeño aviso. Destruida Cholula, en esta primera entrada que se hizo, y muerta tanta muchedumbre de gente, pasaron luego nuestros ejércitos adelante, poniendo grande temor y espanto por donde quiera que pasaban, hasta que la nueva de tal destrucción llegó a toda la tierra y las gentes, admiradas de oír cosas tan nuevas y de cómo los cholultecas eran vencidos y perdidos, los más dellos muertos y destruidos en tan breve tiempo, y de cómo su ídolo Quetzalcohuatl no les había ayudado en cosa alguna, hicieron grandes conjeturas todas estas gentes como grandes sacrificios y ofrendas, porque no sucediese lo mismo a todos los demás, con grandes llantos y lloros, que era lástima vellos metidos en un juicio tan profundo como éste. Aunque todas estas cosas les aprovechaban muy poco, no por eso dejó de causar grandísimo temor a toda la tierra, cuyo vencimiento rebajó los bríos de todos los comarcanos, sin entender por dónde viniese tan gran castigo de los dioses. Y ansí, desde aquí en adelante vivían con cuidado, esperando el fin que había de tener la venida de estas nuevas gentes, y escondían sus hijos y mujeres y haciendas en lo más espeso y oculto de la sierra.